Marta Díaz Boladeras - Profesora e investigadora especializada en interacción personas-robots, Universitat Politècnica de Catalunya - BarcelonaTech
Los robots sociales aparentan ser entidades con sentimientos y con capacidad relacional. Son tecnologías con pretensiones de ser sociales como las personas y otros animales. Los robots sociales no los usamos, nos relacionamos con ellos. Su capacidad de dirigirse a nosotros en nuestros propios términos es la base de su maravilloso potencial. Sin embargo, también entraña ciertas preocupaciones que es interesante conocer.
La socialidad artificial
Los robots sociales tienen como particularidad tener cuerpo. Esta realidad física que les dota de un potencial de impacto emocional sobre nosotros muy superior al de sus colegas digitales.
Su aspecto y comportamiento –gestos, lenguaje, expresiones- nos llevan a atribuirles intenciones, emociones, comprensión o empatía. Están diseñados para atraernos y engancharnos con su aspecto y comportamiento de inspiración biológica. Hasta cierto punto, los vemos similares a nosotros mismos. A un nivel profundo los reconocemos, con lo que la interacción con ellos se hace más natural e intuitiva.
Gracias a estas capacidades sociales, cada vez están más presentes en cualquier ámbito de nuestras vidas públicas y privadas. Están fuera de los laboratorios y prestando sus servicios en entornos tan sensibles como la educación infantil, la terapia y el acompañamiento de personas mayores. Se diseñan robots sociales específicos para educación, para tratamientos de determinados trastornos, para hacer compañía. Algunas de estas intervenciones basadas en robots han tenido resultados muy prometedores.